El amor es querer el bien para alguien. La misericordia es la capacidad de sentir compasión por los que sufren y brindarles apoyo. La palabra misericordia proviene del latín “misere” que significa “miseria, necesidad”; cor, cordis que indica “corazón” y “ia” que expresa “hacia los demás”
¿Es cierto eso que dicen algunos, que los jóvenes no quieren casarse, especialmente en estos tiempos tan duros? Casarse y compartir la vida es algo hermoso. Es un viaje comprometido, a veces difícil, a veces complicado, pero vale la pena animarse. Y en este viaje de toda la vida, la esposa y el esposo no están solos; los acompaña Jesús. El matrimonio no es solo un acto «social»; es una vocación que nace del corazón, es una decisión consciente para toda la vida que necesita una preparación específica. Por favor, no lo olviden nunca. Dios tiene un sueño para nosotros, el amor, y nos pide que lo hagamos nuestro. Hagamos nuestro el amor que es el sueño de Dios.
Y recemos por los jóvenes que se preparan para el matrimonio con el apoyo de una comunidad cristiana: para que crezcan en el amor, que crezcan en el amor con generosidad, fidelidad y paciencia. Porque para amar hace falta mucha paciencia. Pero vale la pena, ¿eh?
Recordamos la homilía del Papa Francisco con motivo de Corpus Christi
«Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer» (Dt 8,2). Recuerda: la Palabra de Dios comienza hoy con esa invitación de Moisés. Un poco más adelante, Moisés insiste: “No te olvides del Señor, tu Dios” (cf. v. 14). La Sagrada Escritura se nos dio para evitar que nos olvidemos de Dios. ¡Qué importante es acordarnos de esto cuando rezamos! Como nos enseña un salmo, que dice: «Recuerdo las proezas del Señor; sí, recuerdo tus antiguos portentos» (77,12). También las maravillas y prodigios que el Señor ha hecho en nuestras vidas.
Es fundamental recordar el bien recibido: si no hacemos memoria de él nos convertimos en extraños a nosotros mismos, en “transeúntes” de la existencia. Sin memoria nos desarraigamos del terreno que nos sustenta y nos dejamos llevar como hojas por el viento. En cambio, hacer memoria es anudarse con lazos más fuertes, es sentirse parte de una historia, es respirar con un pueblo. La memoria no es algo privado, sino el camino que nos une a Dios y a los demás. Por eso, en la Biblia el recuerdo del Señor se transmite de generación en generación, hay que contarlo de padres a hijos, como dice un hermoso pasaje:«Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: “¿Qué son esos mandatos […] que os mandó el Señor, nuestro Dios?”, responderás a tu hijo: “Éramos esclavos […] ―toda la historia de la esclavitud― y el Señor hizo signos y prodigios grandes […] ante nuestros ojos» (Dt 6,20-22). Tú le darás la memoria a tu hijo.
Pero hay un problema, ¿qué pasa si la cadena de transmisión de los recuerdos se interrumpe? Y luego, ¿cómo se puede recordar aquello que sólo se ha oído decir, sin haberlo experimentado? Dios sabe lo difícil que es, sabe lo frágil que es nuestra memoria, y por eso hizo algo inaudito por nosotros: nos dejó un memorial. No nos dejó sólo palabras, porque es fácil olvidar lo que se escucha. No nos dejó sólo la Escritura, porque es fácil olvidar lo que se lee. No nos dejó sólo símbolos, porque también se puede olvidar lo que se ve. Nos dio, en cambio, un Alimento, pues es difícil olvidar un sabor. Nos dejó un Pan en el que está Él, vivo y verdadero, con todo el sabor de su amor. Cuando lo recibimos podemos decir: “¡Es el Señor, se acuerda de mí!”. Es por eso que Jesús nos pidió: «Haced esto en memoria mía» (1 Co 11,24). Haced: la Eucaristía no es un simple recuerdo, sino un hecho; es la Pascua del Señor que se renueva por nosotros. En la Misa, la muerte y la resurrección de Jesús están frente a nosotros. Haced estoen memoria mía: reuníos y como comunidad, como pueblo, como familia, celebrad la Eucaristía para que os acordéis de mí. No podemos prescindir de ella, es el memorial de Dios. Y sana nuestra memoria herida.
Ante todo, cura nuestra memoria huérfana. Vivimos en una época de gran orfandad. Cura la memoria huérfana. Muchos tienen la memoria herida por la falta de afecto y las amargas decepciones recibidas de quien habría tenido que dar amor pero que, en cambio, dejó desolado el corazón. Nos gustaría volver atrás y cambiar el pasado, pero no se puede. Sin embargo, Dios puede curar estas heridas, infundiendo en nuestra memoria un amor más grande: el suyo. La Eucaristía nos trae el amor fiel del Padre, que cura nuestra orfandad. Nos da el amor de Jesús, que transformó una tumba de punto de llegada en punto de partida, y que de la misma manera puede cambiar nuestras vidas. Nos comunica el amor del Espíritu Santo, que consuela, porque nunca deja solo a nadie, y cura las heridas.
Con la Eucaristía el Señor también sana nuestra memoria negativa, esa negatividad que aparece muchas veces en nuestro corazón. El Señor sana esta memoria negativa. que siempre hace aflorar las cosas que están mal y nos deja con la triste idea de que no servimos para nada, que sólo cometemos errores, que estamos “equivocados”. Jesús viene a decirnos que no es así. Él está feliz de tener intimidad con nosotros y cada vez que lo recibimos nos recuerda que somos valiosos: somos los invitados que Él espera a su banquete, los comensales que ansía. Y no sólo porque es generoso, sino porque está realmente enamorado de nosotros: ve y ama lo hermoso y lo bueno que somos. El Señor sabe que el mal y los pecados no son nuestra identidad; son enfermedades, infecciones. Y viene a curarlas con la Eucaristía, que contiene los anticuerpos para nuestra memoria enferma de negatividad. Con Jesús podemos inmunizarnos de la tristeza. Ante nuestros ojos siempre estarán nuestras caídas y dificultades, los problemas en casa y en el trabajo, los sueños incumplidos. Pero su peso no nos podrá aplastar porque en lo más profundo está Jesús, que nos alienta con su amor. Esta es la fuerza de la Eucaristía, que nos transforma en portadores de Dios: portadores de alegría y no de negatividad. Podemos preguntarnos: Y nosotros, que vamos a Misa, ¿qué llevamos al mundo? ¿Nuestra tristeza, nuestra amargura o la alegría del Señor? ¿Recibimos la Comunión y luego seguimos quejándonos, criticando y compadeciéndonos a nosotros mismos? Pero esto no mejora las cosas para nada, mientras que la alegría del Señor cambia la vida.
Además, la Eucaristía sana nuestra memoria cerrada. Las heridas que llevamos dentro no sólo nos crean problemas a nosotros mismos, sino también a los demás. Nos vuelven temerosos y suspicaces; cerrados al principio, pero a la larga cínicos e indiferentes. Nos llevan a reaccionar ante los demás con antipatía y arrogancia, con la ilusión de creer que de este modo podemos controlar las situaciones. Pero es un engaño, pues sólo el amor cura el miedo de raíz y nos libera de las obstinaciones que aprisionan. Esto hace Jesús, que viene a nuestro encuentro con dulzura, en la asombrosa fragilidad de una Hostia. Esto hace Jesús, que es Pan partido para romper las corazas de nuestro egoísmo. Esto hace Jesús, que se da a sí mismo para indicarnos que sólo abriéndonos nos liberamos de los bloqueos interiores, de la parálisis del corazón. El Señor, que se nos ofrece en la sencillez del pan, nos invita también a no malgastar nuestras vidas buscando mil cosas inútiles que crean dependencia y dejan vacío nuestro interior. La Eucaristía quita en nosotros el hambre por las cosas y enciende el deseo de servir. Nos levanta de nuestro cómodo sedentarismo y nos recuerda que no somos solamente bocas que alimentar, sino también sus manos para alimentar a nuestro prójimo. Es urgente que ahora nos hagamos cargo de los que tienen hambre de comida y de dignidad, de los que no tienen trabajo y luchan por salir adelante. Y hacerlo de manera concreta, como concreto es el Pan que Jesús nos da. Hace falta una cercanía verdadera, hacen falta auténticas cadenas de solidaridad. Jesús en la Eucaristía se hace cercano a nosotros, ¡no dejemos solos a quienes están cerca nuestro!
Queridos hermanos y hermanas: Sigamos celebrando el Memorial que sana nuestra memoria, ―recordemos: sanar la memoria; la memoria es la memoria del corazón―, este memorial es la Misa. Es el tesoro al que hay dar prioridad en la Iglesia y en la vida. Y, al mismo tiempo, redescubramos la adoración, que continúa en nosotros la acción de la Misa. Nos hace bien, nos sana dentro. Especialmente ahora, que realmente lo necesitamos.
Francisco: miremos con confianza al Sagrado Corazón de Jesús
Celebramos la Solemnidad del Corazón de Jesús: el Santo Padre nos invita, en un tweet, a «mirar con confianza al Sagrado Corazón de Jesús y a repetir con frecuencia, especialmente durante este mes de junio: Jesús manso y humilde de corazón, transforma nuestro corazón y enséñanos a amar a Dios y al prójimo con generosidad».
1. SEXTO domingo de san José: La vida de san José no estuvo libre de dificultades, grandes y pequeñas. Cuando el ángel le dice: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo» (Mt 2,13), sufre, se asusta y más siendo entre sueños en medio de la oscuridad de la noche. ¿Por qué un varón tan justo tenía que pasar por estos y otros momentos difíciles? ¿Por qué alguien que procura hacer las cosas con tanta delicadeza y honradez a veces puede parecer que experimenta incluso más dificultades que los demás? Al contemplar los problemas por los que pasó san José, como encontrar techo para Jesús o tener que vivir como forastero, muchas veces «nos preguntamos por qué Dios no intervino directa y claramente. Pero Dios actúa a través de eventos y personas. José era el hombre por medio del cual Dios se ocupó de los comienzos de la historia de la redención. Él era el verdadero “milagro” con el que Dios salvó al Niño y a su madre. El cielo intervino confiando en la valentía creadora de este hombre»
Sextos dolores y gozos de san José – Torreciudad
2. SEXTOS Dolores y Gozos : Sexto dolor: El se levantó, tomó al niño y a su madre y regresó a la tierra de Israel. Pero al oír que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allá (Mt 2, 21-22). Sexto gozo: Y fue a vivir a una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliera lo dicho por los profetas: será llamado Nazareno (Mt 2,23).
COMENTARIOS punto 6 de Patris corde: Padre en la sombra: José es considerado para Jesús , la sombra del Padre celestial en la tierra: loauxilia, lo protege, no se aparta de su lado para seguir sus pasos. Ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, en la realidad, para hacerlo capaz de elegir, de ser libre. San José también es calificado como castísimo: en razón de ser libre del afán de poseer, en un amor verdadero. “La lógica del amor es siempre una lógica de libertad y José fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre. Nunca se puso en el centro. Supo descentrarse para poner a María y Jesús en el centro de su vida. La felicidad de José no está en la lógica del auto sacrificio, sino en el don de sí mismo. Nunca se percibe él la frustración, sino sólo la confianza. Su silencio persistente no contempla quejas, sino gestos concretos de confianza. “El mundo rechaza a quienes quieren usar la posesión del otro para llenar su propio vacío, rehúsa a los que confunden autoridad con autoritarismo,… caridad con asistencialismo. Toda vocación verdadera nace del don de sí mismo, que es la maduración del simple sacrificio y si no alcanza esa madurez de la entrega de sí, deteniéndose sólo en la lógica del sacrificio se convierte en infelicidad, tristeza y frustración. Siempre que nos encontremos en la condición de ejercer la paternidad, debemos recordar que nunca es un ejercicio de posesión sino como en José, la confianza de su cuidado.
Aspectos a meditar: – ¿Me doy a los demás con generosidad, sin quejas? – ¿Es mi sacrificio silencioso? O por el contrario ¿cuando hago algún sacrificio se han de enterar los de mi alrededor? ¿Exijo que me den las gracias? -Considero a mis hijos o familiares como posesión mía? ¿Incluso a personas amigas? ¿la ayuda que presto a mis amistades es posesiva? ¿Quiero que hagan las cosas según m i criterio o por el contrario por su propio bien?
El Papa Francisco, en su Carta Apostólica Patris corde, para conmemorar el 150 aniversario de la declaración de San José como Patrono de la Iglesia Universal, propone una oración para rezar a San José. La oración, está especialmente dirigida para pedir a San José por la conversión. En ella se pide al “bienaventurado José”: “Muéstrate padre también a nosotros y guíanos en el camino de la vida”.
Este mes de enero de 2021, el Papa Francisco centra su intención de oración por la evangelización en: «La fraternidad humana».
Oremos con el Papa Francisco: «Que el Señor nos dé la gracia de vivir en plena fraternidad con hermanos y hermanas de otras religiones, rezando unos por otros, abiréndonos a todos.» Papa Francisco
Pope at Angelus: For 2021 to be a good year, we must take more care of others
Pope at Mass on Epiphany: Let’s set aside complaints and cast off dictatorship of the self
Homilía del Papa Francisco en el día de la Epifanía:
El evangelista Mateo subraya que los magos, cuando llegaron a Belén, «vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron» (Mt 2,11). Adorar al Señor no es fácil, no es un hecho inmediato: exige una cierta madurez espiritual, y es el punto de llegada de un camino interior, a veces largo. La actitud de adorar a Dios no es espontánea en nosotros. Sí, el ser humano necesita adorar, pero corre el riesgo de equivocar el objetivo. En efecto, si no adora a Dios adorará a los ídolos, no hay un punto intermedio, o Dios o los ídolos, para usar las palabras de un autor francés: ‘quien no adora a Dios, adora al diablo’ y en vez de creyente se volverá idólatra. Y esto es así.
En nuestra época es particularmente necesario que, tanto individual como comunitariamente, dediquemos más tiempo a la adoración, aprendiendo a contemplar al Señor cada vez mejor. Se ha pedido un poco el sentido de la adoración debemos retomarlo, sea comunitariamente que en la propia vida espiritual.
Hoy, por lo tanto, pongámonos en la escuela de los magos, para aprender de ellos algunas enseñanzas útiles: como ellos, queremos ponernos de rodillas y adorar al Señor en serio.
De la liturgia de la Palabra de hoy entresacamos tres expresiones, que pueden ayudarnos a comprender mejor lo que significa ser adoradores del Señor. Estas expresiones son: “levantar la vista”, “ponerse en camino” y “ver”.
La primera expresión, levantar la vista, nos la ofrece el profeta Isaías. A la comunidad de Jerusalén, que acababa de volver del exilio y estaba abatida a causa de tantas dificultades, el profeta les dirige este fuerte llamado: «Levanta la vista en torno, mira» (60,4). Es una invitación a dejar de lado el cansancio y las quejas, a salir de las limitaciones de una perspectiva estrecha, a liberarse de la dictadura del propio yo, siempre inclinado a replegarse sobre sí mismo y sus propias preocupaciones.
Para adorar al Señor es necesario ante todo “levantar la vista”, es decir, no dejarse atrapar por los fantasmas interiores que apagan la esperanza, y no hacer de los problemas y las dificultades el centro de nuestra existencia. Eso no significa que neguemos la realidad, fingiendo o creyendo que todo está bien. Se trata más bien de mirar de un modo nuevo los problemas y las angustias, sabiendo que el Señor conoce nuestras situaciones difíciles, escucha atentamente nuestras súplicas y no es indiferente a las lágrimas que derramamos.
Esta mirada que, a pesar de las vicisitudes de la vida, permanece confiada en el Señor, genera la gratitud filial. Cuando esto sucede, el corazón se abre a la adoración. Por el contrario, cuando fijamos la atención exclusivamente en los problemas, rechazando alzar los ojos a Dios, el miedo invade el corazón y lo desorienta, dando lugar a la rabia, al desconcierto, a la angustia y a la depresión. En estas condiciones es difícil adorar al Señor. Si esto ocurre, es necesario tener la valentía de romper el círculo de nuestras conclusiones obvias, con la conciencia de que la realidad es más grande que nuestros pensamientos. Levanta la vista en torno, mira: el Señor nos invita sobre todo a confiar en Él, porque cuida realmente de todos. Por tanto, si Dios viste tan bien la hierba, que hoy está en el campo y mañana es arrojada al horno, ¿cuánto más hará por nosotros? (cf. Lc 12,28). Si alzamos la mirada hacia el Señor, y contemplamos la realidad a su luz, descubriremos que Él no nos abandona jamás: «el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14) y permanece siempre con nosotros, todos los días, siempre (cf. Mt 28,20).
Cuando elevamos los ojos a Dios, los problemas de la vida no desaparecen, pero sentimos que el Señor nos da la fuerza necesaria para afrontarlos. “Levantar la vista”, entonces, es el primer paso que nos dispone a la adoración. Se trata de la adoración del discípulo que ha descubierto en Dios una alegría nueva, distinta. La del mundo se basa en la posesión de bienes, en el éxito y en otras cosas por el estilo. Siempre yo al centro. La alegría del discípulo de Cristo, en cambio, tiene su fundamento en la fidelidad de Dios, cuyas promesas nunca fallan, a pesar de las situaciones de crisis en las que podamos encontrarnos. Y es ahí, entonces, que la gratitud filial y la alegría suscitan el anhelo de adorar al Señor, que es fiel y nunca nos deja solos.
La segunda expresión que nos puede ayudar es ponerse en camino. Antes de poder adorar al Niño nacido en Belén, los magos tuvieron que hacer un largo viaje. Escribe Mateo: «Unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”» (Mt 2,1-2). El viaje implica siempre una trasformación, un cambio. Después del viaje ya no somos como antes. En el que ha realizado un camino siempre hay algo nuevo: sus conocimientos se han ampliado, ha visto personas y cosas nuevas, ha experimentado el fortalecimiento de su voluntad al enfrentar las dificultades y los riesgos del trayecto. No se llega a adorar al Señor sin pasar antes a través de la maduración interior que nos da el ponernos en camino.
Llegamos a ser adoradores del Señor mediante un camino gradual. La experiencia nos enseña, por ejemplo, que una persona con cincuenta años vive la adoración con un espíritu distinto respecto a cuando tenía treinta. Quien se deja modelar por la gracia, normalmente, con el pasar del tiempo, mejora. El hombre exterior se va desmoronando —dice san Pablo—, mientras el hombre interior se renueva día a día (cf. 2 Co 4,16), preparándose para adorar al Señor cada vez mejor.
Desde este punto de vista, los fracasos, las crisis y los errores pueden ser experiencias instructivas, no es raro que sirvan para hacernos caer en la cuenta de que sólo el Señor es digno de ser adorado, porque solamente Él satisface el deseo de vida y eternidad presente en lo íntimo de cada persona. Además, con el paso del tiempo, las pruebas y las fatigas de la vida —vividas en la fe— contribuyen a purificar el corazón, a hacerlo más humilde y por tanto más dispuesto a abrirse a Dios. También los pecados, la conciencia de ser pecadores… si tú lo recibes con fe, con contricción, te ayudará… en este viaje con el Señor para adorarlo mejor.
Como los magos, también nosotros debemos dejarnos instruir por el camino de la vida, marcado por las inevitables dificultades del viaje. No permitamos que los cansancios, las caídas y los fracasos nos empujen hacia el desaliento. Por el contrario, reconociéndolos con humildad, nos deben servir para avanzar hacia el Señor Jesús. La vida no es una demostración de habilidades, sino un viaje hacia Aquel que nos ama. Nosotros no debemos mostrar en cada paso de la vida la tarjeta de las virtudes que tenemos. Con humildad debemos dirigirnos hacia el Señor. Mirando al Señor, encontraremos la fuerza para seguir adelante con alegría renovada.
Y llegamos a la tercera expresión: ver. El evangelista escribe: «Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron» (Mt 2,11). La adoración era el homenaje reservado a los soberanos, a los grandes dignatarios. Los magos, en efecto, adoraron a Aquel que sabían que era el rey de los judíos (cf. Mt 2,2). Pero, de hecho, ¿qué fue lo que vieron? Vieron a un niño pobre con su madre. Y sin embargo estos sabios, llegados desde países lejanos, supieron trascender aquella escena tan humilde y corriente, reconociendo en aquel Niño la presencia de un soberano. Es decir, fueron capaces de “ver” más allá de la apariencia. Arrodillándose ante el Niño nacido en Belén, expresaron una adoración que era sobre todo interior: abrir los cofres que llevaban como regalo fue signo del ofrecimiento de sus corazones.
Para adorar al Señor es necesario “ver” más allá del velo de lo visible, que frecuentemente se revela engañoso. Herodes y los notables de Jerusalén representan la mundanidad, perennemente esclava de la apariencia, ven y no saben ver, no digo ven y no creen, es demasiado, no, no saben ver, porque su capacidad es exclava de la apariencia, están en busca de entretenimiento. La mundanidad sólo da valor a las cosas sensacionales, a las cosas que llaman la atención de la masa. En cambio, en los magos vemos una actitud distinta, que podríamos definir como realismo teologal. Una palabra demasiado alta, pero podemos decirlo así, realismo teologal. Este percibe con objetividad la realidad de las cosas, llegando finalmente a la comprensión de que Dios se aparta de cualquier ostentación. El Señor está en la humildad. El Señor es como aquel niño que huye de la ostentación, producto de la mundanidad.
Este modo de “ver” que trasciende lo visible, hace que nosotros adoremos al Señor, a menudo escondido en las situaciones sencillas, en las personas humildes y marginales. Se trata pues de una mirada que, sin dejarse deslumbrar por los fuegos artificiales del exhibicionismo, busca en cada ocasión lo que no es fugaz, busca el Señor. Nosotros, por eso, como escribe el apóstol Pablo, «no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; en efecto, lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno» (2 Co 4,18).
Que el Señor Jesús nos haga verdaderos adoradores suyos, capaces de manifestar con la vida su designio de amor, que abraza a toda la humanidad. Pidamos la gracia para cada uno de nosotros y para toda la Iglesia de aprender a adorar, de continuar a adorar, la oración de adoración, que solo Dios es adorado.
En esta noche se cumple la gran profecía de Isaías: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9,5).
Un hijo se nos ha dado. A menudo se oye decir que la mayor alegría de la vida es el nacimiento de un hijo. Es algo extraordinario, que lo cambia todo, que pone en movimiento energías impensables y nos hace superar la fatiga, la incomodidad y las noches de insomnio, porque trae una felicidad indescriptible, ante la cual ya nada pesa. La Navidad es así: el nacimiento de Jesús es la novedad que cada año nos permite nacer interiormente de nuevo y encontrar en Él la fuerza para afrontar cada prueba. Sí, porque su nacimiento es para nosotros: para mí, para ti, para todos. Para cada uno. Nace para mí, nace para nosotros.Para es la palabra que se repite en esta noche santa: “Un hijo se nos ha dado para nosotros”, ha profetizado Isaías; “hoy ha nacido para nosotros el Salvador”, hemos repetido en el Salmo; Jesús “se entregó por y paranosotros” (cf. Tt 2,14), ha proclamado san Pablo; y el ángel en el Evangelio ha anunciado: “Ha nacido para vosotros un Salvador” (cf. Lc 2,11), para nosotros.
Mensaje Urbi et Orbi del Pontífice.
Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Navidad!
Deseo hacer llegar a todos el mensaje que la Iglesia anuncia en esta fiesta, con las palabras del profeta Isaías: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9,5).
Ha nacido un niño: el nacimiento es siempre una fuente de esperanza, es la vida que florece, es una promesa de futuro. Y este Niño, Jesús, “ha nacido para nosotros”: un nosotros sin fronteras, sin privilegios ni exclusiones. El Niño que la Virgen María dio a luz en Belén nació para todos: es el “hijo” que Dios ha dado a toda la familia humana.
Gracias a este Niño, todos podemos dirigirnos a Dios llamándolo “Padre”, “Papá”. Jesús es el Unigénito; nadie más conoce al Padre sino Él. Pero Él vino al mundo precisamente para revelarnos el rostro del Padre. Y así, gracias a este Niño, todos podemos llamarnos y ser verdaderamente hermanos: de todos los continentes, de todas las lenguas y culturas, con nuestras identidades y diferencias, sin embargo, todos hermanos y hermanas.
En este momento de la historia, marcado por la crisis ecológica y por los graves desequilibrios económicos y sociales, agravados por la pandemia del coronavirus, necesitamos más que nunca la fraternidad.
«Orar puede cambiar la realidad y los corazones»: el Santo Padre habla sobre el poder de la oración que puede cambiar la realidad y los corazones, y pide que a través de una vida de oración podamos alimentar la relación con Jesucristo.
El video del Papa para este mes de diciembre, el último del 2020, acaba de salir a la luz con la intención de oración que Francisco confía a toda la Iglesia Católica a través de la Red Mundial de Oración del Papa (que incluye el Movimiento Eucarístico Juvenil – MEJ). En un año marcado por la pandemia mundial del COVID-19, el Santo Padre nos comparte el secreto de la vida de Jesús, “la llave para que podamos entrar en un diálogo personal con el Padre”: la oración.
A través de una vida de oración es posible vivir una relación personal y profunda con Jesucristo y cambiar nuestros corazones. La oración, escuchando a Jesús, contemplando a Jesús, hablando con él como a un amigo, transforma nuestras vidas. Es el camino para acercarnos al Padre. Para el Papa Francisco, la oración no se reduce únicamente a un espacio o momento de contemplación interior. “Orando cambiamos la realidad. Y cambiamos nuestros corazones”, dice en El Video del Papa.
La oración siempre produce un cambio. “Podemos hacer muchas cosas, pero sin oración no funciona”,añade el Pontífice. En la audiencia general del 4 de noviembre, el Santo Padre aprovechó además para explicar la vida de oración que siempre tuvo Jesús: “Durante su vida pública, Jesús recurre constantemente a la fuerza de la oración. Los Evangelios nos muestran esto cuando se retira a lugares apartados para orar. Son observaciones sobrias y discretas, que solo nos permiten imaginar esos diálogos orantes. Sin embargo, testifican claramente que, incluso en los momentos de mayor dedicación a los pobres y enfermos, Jesús nunca descuidó su diálogo íntimo con el Padre”.
Pope’s December prayer intention: For a life of prayer
En noviembre de este 2020 el Papa Francisco dirigirá su intención de oración universal por el uso ético de “la inteligencia artificial”.
El Santo Padre pide a todos los fieles que recen “para que el progreso de la robótica y de la inteligencia artificial esté siempre al servicio del ser humano”.
Pope asks for prayers so technological progress always serves humankind
El 28 de febrero de este año, el Papa Francisco solicitó a los expertos en tecnología informática y a los miembros de la Pontificia Academia para la Vida que trabajen juntos para desarrollar los principios de una “algor-ética”.
“La innovación digital afecta a todos los aspectos de la vida, tanto personales como sociales. Incide en la forma en que entendemos el mundo y también a nosotros mismos. Está cada vez más presente en los negocios e incluso en las decisiones humanas, por lo que la forma en que pensamos y actuamos está cambiando”, advirtió Francisco.
También señaló que “las decisiones, incluso las más importantes, como las de los campos médico, económico o social, son hoy el resultado de la voluntad humana y de una serie de contribuciones algorítmicas”, y alertó sobre los “graves riesgos” para las sociedades, ya que “de las pistas digitales difundidas en Internet, los algoritmos extraen datos que le permiten controlar los hábitos mentales y relacionales, con fines comerciales o políticos, a menudo sin nuestro conocimiento”.
Sin embargo, el Pontífice destacó que “estos peligros no deben esconder las grandes potencialidades que las nuevas tecnologías nos ofrecen” y animó a los creyentes “a dejarse desafiar por la Palabra y la Tradición de la fe para que nos ayuden a interpretar los fenómenos de nuestro mundo, identificando formas de humanización y, por lo tanto, de amorosa evangelización”.
“Los invito a continuar con audacia y discernimiento, en busca de las formas de una participación cada vez más amplia de todos aquellos que se preocupan por el bien de la familia humana”, pidió el Papa.
Las palabras del Papa Francisco se dieron en el marco de un acuerdo sobre tecnologías de inteligencia artificial (IA) firmado por la Pontificia Academia para la Vida con Microsoft, IBM y la FAO el 28 de febrero de 2020.
“Estamos exprimiendo los bienes del planeta. Exprimiéndolos, como si fuera una naranja”. Así comienza el Papa Francisco el vídeo con la intención de oración que propone para el mes de septiembre.
El Papa expone que “países y empresas del Norte, se han enriquecido explotando dones naturales del Sur”, generando una “deuda ecológica”. Y se pregunta ¿quién va a pagar esa deuda?
Francisco dice que es indignante que la “deuda ecológica” se agrande a causa de multinacionales que hacen fuera de sus países lo que no se les permite hacer en los suyos. Y llama a que “hoy, no mañana, hoy, tenemos que cuidar la Creación con responsabilidad”.
Por eso, el Papa Francisco pide oraciones para que los bienes del planeta no sean saqueados, sino que se compartan de manera justa y respetuosa. “No al saqueo, sí al compartir”, dice.
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